Nuremberg
- Young Critic

- hace 3 días
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Un retrato sólido pero contenido de los hombres que orquestaron las atrocidades de nuestra historia reciente

Los juicios de Núremberg contra los nazis fueron un momento monumental en la digestión colectiva de los horrores perpetrados durante la Segunda Guerra Mundial, y sentaron las bases de un nuevo orden internacional que, aunque tambaleante, perdura hasta hoy. Los eventos de aquellos juicios han sido dramatizados en el pasado como courtroom dramas, especialmente en Vencedores o vencidos (1961), con Spencer Tracy y Burt Lancaster, o más recientemente en la TV movie Nuremberg (2000), protagonizada por Alec Baldwin. A medida que el orden multilateral comienza a resquebrajarse en los últimos años, llega ahora una nueva adaptación con Nuremberg (2025).
Nuremberg se basa en el libro The Nazi and the Psychiatrist, de Jack El-Hai, y a diferencia de películas anteriores sobre estos juicios, se centra más en la relación entre el psiquiatra militar Douglas Kelly (Rami Malek) y Hermann Göring (Russell Crowe), mientras el primero construye un perfil psicológico previo al proceso. También asistimos al enfrentamiento en la sala, donde el fiscal estadounidense Robert Jackson (Michael Shannon) sienta las bases de las normas modernas en materia de derechos humanos y crímenes de guerra.
Nuremberg es solo el segundo trabajo como director del productor James Vanderbilt, después del irregular drama periodístico La verdad (2015), estrenado una década antes. En Nuremberg, Vanderbilt invoca cierta nostalgia: no por los hechos representados en la película, sino por aquellas producciones de presupuesto medio de principios de los 2000, donde un reparto estelar, una historia histórica jugosa y una realización competente bastaban para asegurar éxito comercial y aspiraciones al Óscar. Así, la película se siente desconcertantemente fuera de lugar en el panorama actual y, tristemente, como una especie en peligro de extinción. Un filme orientado a un público adulto—material de “película de padres” por excelencia—no está abandonando las salas rumbo al streaming: directamente está dejando de existir.
Vanderbilt demuestra avances notables en su dirección desde La verdad, apartándose más de su propio camino y mostrando un control sólido sobre sus actores, sus escenas y sus momentos de mayor peso. Resiste la tentación de emplear música en secuencias emocionalmente decisivas, dejando que la interpretación y los hechos hablen por sí solos. Esto resulta especialmente conmovedor en el momento más poderoso del filme, cuando se muestran al mundo, por primera vez, las imágenes de los horrores ocurridos en los campos de concentración nazis. Las imágenes reales aparecen acompañadas de un silencio atronador, que obliga al espectador a enfrentarse a la capacidad humana para semejantes atrocidades.
Esta es, precisamente, la banalidad del mal, tal como la definiría Hannah Arendt en los años sesenta en su libro sobre el juicio a Adolf Eichmann en Israel. La idea de que seres humanos corrientes, incluso aburridos, como la cúpula nazi, fueran capaces de cometer tales horrores es lo que verdaderamente debería inquietarnos. El mal no se encarna en una figura caricaturesca y fácilmente identificable; puede ser obra de una persona ordinaria. Ese concepto sustentaba La zona de interés (2023), la obra maestra de Jonathan Glazer, donde los horrores de Auschwitz ocurren de fondo mientras la familia de un comandante nazi sigue sus tareas cotidianas en una ignorancia desafiante. Y es este aspecto el que explora Nuremberg, cuando el psiquiatra Kelly empieza a tratar a Göring como un general más de un bando derrotado, encontrándolo afable e interesándose incluso por su esposa e hija. Todo se derrumba cuando le muestran las imágenes de los campos, y Kelly se ve obligado a imaginar cómo el hombre por el que ha llegado a sentir cierta simpatía es también arquitecto de tal horror.
El enfoque psicológico es oportuno, especialmente en un momento en que gobiernos con impulsos autocráticos en Occidente se sienten cada vez más cómodos tensionando los límites de los derechos civiles y humanos. Sin embargo, la mayor debilidad de Nuremberg es que Vanderbilt no profundiza en exceso en sus temas ni en sus personajes. Fiel a su homenaje a las películas de presupuesto medio del pasado, el filme funciona más como una transmisión de hechos accesibles para un público general que como una verdadera exploración artística de cuestiones complejas. Por ello, la película se queda en un relato superficial de su historia y sus figuras, dramatizándolas lo justo para ser informativa, pero sin desafiar nunca al espectador.
El resultado es una película que, aun estando realizada con solvencia, no permite que su historia ni su talentoso reparto se sumerjan en algo más oscuro o profundo dentro de sí. Una de las preguntas planteadas por Göring en su defensa—si Estados Unidos también será juzgado por las bombas nucleares lanzadas sobre la población civil japonesa—habría sido fascinante de ver discutida con rigor. Sin embargo, como tantos filmes clásicos sobre la Segunda Guerra Mundial, cuando se topa con zonas más turbias, la película vuelve a una moralidad en blanco y negro que simplifica su objeto. Así, aunque cuente con actores ganadores del Óscar y grandes intérpretes de carácter, ninguno ofrece una actuación verdaderamente transformadora: seguimos viendo a Russell Crowe, Rami Malek y Michael Shannon más que a sus personajes (pese al aceptable acento alemán de Crowe).
En última instancia, Nuremberg ofrece una mirada sugerente a los célebres juicios de la posguerra contra la Alemania nazi. La película está bien ejecutada en todos sus apartados, pero nunca supera ni sorprende las expectativas del público. La cuestión de la psicología aparentemente normal de estos villanos históricos es enormemente sugerente, pero el filme apenas la roza, evitando complicar su narrativa. Como resultado, Nuremberg queda como esa película dominguera para ver con tu padre o tu abuelo, maravillándose ante los inquietantes ecos del discurso de ciertos líderes políticos actuales.
6.9/10








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