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La voz de Hind

  • Foto del escritor: Young Critic
    Young Critic
  • hace 13 horas
  • 4 Min. de lectura

Un retrato desgarrador de la inocencia, la burocracia y el coste humano de la guerra

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La reciente guerra en Gaza estaba destinada a generar obras artísticas que intentaran enfrentarse a los horrores y a la devastadora pérdida que ha provocado. Una de las historias más contundentes surgidas del inimaginable número de víctimas civiles fue la de Hind Rajab, una niña de seis años cuya llamada a los servicios de emergencia tras un ataque militar israelí se escuchó en todo el mundo. La directora tunecina Kaouther Ben Hania ha decidido dramatizar esta historia en su última película, La voz de Hind (2025).


La voz de Hind transcurre íntegramente en un centro de llamadas del equipo de voluntarios de la Media Luna Roja en Cisjordania, en enero de 2024. La Media Luna Roja se encarga de coordinar las ambulancias en Gaza para localizar a las víctimas. Un operador de carácter afable, Omar (Motaz Malhees), recibe una llamada desde un coche que está siendo atacado. Pronto se encuentra hablando con una niña de seis años aterrorizada, tranquilizándola y asegurándole que la ayuda está en camino. Sin embargo, la burocracia necesaria para enviar una ambulancia —supeditada a la aprobación del ejército israelí— provoca que lo que debería ser un trayecto de ocho minutos para salvar a la niña se retrase durante horas.


Ben Hania no es ajena a abordar temas difíciles en su filmografía. Su largometraje dramático El hombre que vendió su piel (2020) exploraba la naturaleza explotadora del mundo del arte occidental y de ciertas ONG performativas ante el sufrimiento en Oriente Próximo, mientras que su documental experimental Las cuatro hijas (2023) indagaba en la memoria para comprender por qué las hijas de una mujer se marcharon a unirse al Estado Islámico. La autora tunecina ha ido puliendo su oficio con cada película sin perder ni su audacia ni su tacto. La voz de Hind es su obra más sólida hasta la fecha, en gran parte gracias a una nueva fusión de ficción y realidad ya presente en Las cuatro hijas: la voz que escuchan los operadores de la Media Luna Roja es la grabación real de la llamada de Hind. Esto dota a la película de una cualidad brechtiana paradójica, recordándonos constantemente el artificio de la interpretación mientras, al mismo tiempo, profundiza nuestra implicación emocional al oír la pequeña voz de Hind pedir ayuda y susurrar su miedo.


Esta combinación de realidad y ficción resulta especialmente poderosa en un conflicto que se ha vuelto profundamente divisivo en Occidente, donde la humanidad y la emoción suelen quedar desplazadas por debates enrevesados sobre historia, ideología y cifras. Esto no pretende restar importancia a la complejidad del conflicto, pero a ras de suelo esas abstracciones se disuelven cuando uno se enfrenta a una niña suplicando por sobrevivir. Al igual que películas antibelicistas como Senderos de gloria (1957) o Platoon (1986), que subrayan cómo el “por qué” de una guerra pierde relevancia frente a la muerte y la inhumanidad, la historia de Hind Rajab condensa el conflicto en su verdad más devastadora. Su caso es un ejemplo casi arquetípico —si no fuera real— de las víctimas inocentes de la guerra, un miedo y un sufrimiento con los que resulta imposible no empatizar.


Al tratar la historia de una persona real, especialmente la de una niña en una zona de guerra, el riesgo de caer en la explotación es constante, algo que la propia Ben Hania ya criticó en El hombre que vendió su piel. Sin embargo, la decisión de utilizar la voz real de Hind en lugar de recurrir a otra actriz, junto con la elección de encerrar la acción por completo en un centro de llamadas, crea una distancia necesaria y una representación profundamente conmovedora de la impotencia en tiempos de guerra, mucho más eficaz que recrear tiroteos o explosiones. En este sentido, la película recuerda a la efectividad del thriller danés El culpable (2018), que atrapaba al espectador en la perspectiva limitada de un operador telefónico. El carácter claustrofóbico de La voz de Hind intensifica la frustración de los voluntarios de la Media Luna Roja, incapaces de intervenir físicamente y obligados a sortear una burocracia cruel y absurda para obtener permiso de las mismas fuerzas responsables de la violencia.


Los intérpretes de la película, todos palestinos, son extraordinarios a la hora de transmitir una sensación creciente de impotencia y rabia, emociones que se filtran al espectador hasta dejarlo sacudido por la tristeza y la indignación cuando aparecen los créditos finales. Malhees encarna esa frustración sin caer en el cliché ni en el exceso, mientras que Saja Kilani se convierte en un conducto esencial de la desesperación creciente como una de las operadoras que habla directamente con Hind. Amer Hlel resulta igualmente fundamental como el supervisor, atrapado entre saltarse el protocolo para salvar a la niña y la cruda realidad de que enviar una ambulancia sin autorización podría costar la vida a los propios sanitarios, engrosando la ya larga lista de voluntarios de la Media Luna Roja fallecidos.


La voz de Hind es una aportación esencial al diálogo artístico en torno a la guerra de Gaza, al destilar el conflicto hasta su coste humano y un sufrimiento innecesario tratado con tacto y desgarro. Resulta casi imposible salir del cine sin emoción, escuchando la voz real de Hind temblar de miedo y, aun así, perseverar con una admirable determinación. Ben Hania firma su película más conmovedora y poderosa hasta la fecha, y solo cabe esperar que llegue a quienes necesitan verla y que, como hace el gran arte, cambie nuestra forma de mirar el mundo.


9.2/10

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